Acepta la ruptura. Por el motivo que sea o por la responsabilidad de quien sea, esa relación se acabó y seguir alimentando un reencuentro con falsas expectativas solo retrasa tu proceso.

Vive el dolor. Se va a quedar un rato contigo, así que no te resistas; es mejor que sepas desde ya que el convertir una presencia que antes era física en psíquica, cuesta. Trae consigo sentimientos de tristeza, de ira y de culpa; todos sentimientos temporales, pero necesarios para que comiences una nueva vida.

Cuida tu dignidad. Lo que más duele en el proceso no solo es la ruptura en sí misma, sino también todos los rechazos que a ella le preceden. Cuando te humillas, suplicas, pides una oportunidad, ofreces sexo, te haces la amiga, y todos esos aletazos desesperados que pegas para no soltarlo, siempre obtendrás como respuesta rechazo, bloqueo o compasión. Todo aquello atenta contra tu autoestima y no te permite sanar.

No te victimices. En una relación, son dos los responsables de lo que pasa, tanto por lo que hacen como por lo que omiten o permiten. No es momento de buscar culpables; estás sola y debes aprender a ver cómo llevas ese estado, pero principalmente cómo lo conviertes en una herramienta poderosa para tu vida.

Olvídate de las recaídas, los encuentros y el contacto sentimental en todas sus formas. Un ex suele buscarte por curiosidad de tus sentimientos, por ego o por nostalgia, pero no por amor; si no, no sería tu ex. Ceder a conversaciones fallidas o a encuentros íntimos equivale a echar limón a la herida. No sana nunca alguien que permite que otro entre y salga de su vida, no te hagas ese mal.

No te emborraches, te empastilles o busques consuelo en brazos ajenos. Al dolor se le da la cara, porque debes encontrarte, volver a rescatarte y a reconstruirte; si te pierdes en distractores, más vas a tardar en conseguir tu equilibrio. No te preocupes, que vas a sobrevivir.

Revisa tu vida. ¿Cómo van tus finanzas? ¿Estás tranquila con tu salud física? ¿Te hiciste todos los exámenes de rigor? ¿Ya fuiste al dentista? ¿Cómo va tu actividad física? ¿Cómo están tus otras relaciones?, ¿son vínculos sanos?, ¿te preocupas de alimentarlos o de sacar de tu vida aquello que no te suma? ¿Qué tal tu trabajo?, ¿te gusta?, ¿te valoran?, ¿o ya te resignaste a estar donde no brillas? ¿Cómo vas en un nuevo aprendizaje?, ¿has leído, tomado un curso de algo o desarrollado una nueva idea de negocios en el último tiempo?

Si tienes todo esto en check, tienes permiso para seguir llorando; si no, te debes obligar a hacerte cargo no del que te dejó, sino de la persona más importante de este mundo y a quien de verdad necesitas sana y consciente a tu lado, es decir: tú misma. ¿Ves ahora cuánto te desatendiste y dejaste de hacer por ti? ¿No será que esta ruptura te trae como regalo el que empieces a cuidarte de verdad? ¿Será que ese otro que te abandonó lo hizo para mostrarte cuánto te abandonaste tú primero?

Trasciende. Nada de lo que te pasa es porque sí. Todo el que entra o sale de tu vida implica hacerte crecer, aprender, convertirte en alguien con más herramientas, con más sabiduría, y no solo para aprovechar eso en ti, sino para darles un poco de aquello a quienes te rodean.

¿Te cuento una cosa más?, no eras mucho mejor con esa persona, pero sí lo serás ahora que tienes la atención, el tiempo y el espacio para hacerlo. Porque puedes ver en el espejo el reflejo de todo aquello que tú misma te restaste, todo aquello que estando a su lado no veías necesario hacer por ti. Eso hace una ruptura; te reconstruye y te prepara para lo siguiente. En tus manos está quedar lista para un amor bonito y no para más de lo mismo. Mereces el cielo, el sol, la luna, un “te quiero” honesto y risas a carcajadas. Que no se te olvide nunca; ojalá te lo pegues en la frente y lo mires cada día que te levantas.

Comentarios