Mi ex me llamó para decirme que seguía pensando en mí; que, a pesar del tiempo transcurrido, no podía olvidarme; que, aun cuando estaba en pareja, algo le impedía quererla bien, ser feliz. Y eso se debía a mi recuerdo constante en su cabeza.

Me pidió que nos juntáramos; trató de convencerme de que era importante cerrar el ciclo, de que tenía muchas cosas que explicarme. Insistía diciendo que yo merecía una explicación del tiempo y del silencio transcurrido desde el último día que nos dijimos adiós. Parecía sincero; se veía afectado, tanto como para tener la osadía de recordar viejos tiempos en mi casa. Yo vivía sola; luego de un par de copas y en mi condición de mujer confundida por la arremetida, no pensé en las consecuencias. Sentía que no podría resistirme a la fuerza de su insistencia porque, en el fondo, yo lo estaba esperando. Nunca se fue de mi corazón, y mucho menos otro cuerpo pudo reemplazar el suyo.

De esos eventos han pasado dos años. De ser la novia, me convertí en la amante.

Su pareja está embarazada; me dice que ella lo engañó, que dejó de tomar las pastillas a propósito. Siempre repite lo mucho que me ama y cuánto le cuesta no estar conmigo como quisiera. Me pide que lo espere, que esté tranquila, que pronto las cosas cambiarán entre nosotros, que me amará para siempre. A veces yo le creo y, otras, reviso escondida el Instagram de ella, y los veo en una playa del litoral, tomando pisco sour, felices, con la leyenda en el pie de la foto que dice: “Te amo, vida”. Y él comentando: “Y yo a ti, amorcito lindo”.

Y es entonces cuando la historia se desarma, igual que los pedazos de mi alma, que quedan regados por el piso de mi pieza, una vez que caigo en la cuenta de que su amor era una vil mentira.

Comentarios