Cuando comienzas una relación, estás llena de expectativas, ilusiones y ganas de que todo resulte favorable.

La fase de enamoramiento te secuestra la razón y sale a flote tu niña herida, esa a la que le faltaron mimos, atención, cuidados e incluso contención cuando era pequeñita, entonces ahora, ansiosa, espera en esa nueva relación sentirse amada, reconocida y atendida, como si quisiera compensar con este nuevo amor todo lo que le faltó, y por eso se obsesiona. Espera llamadas, mensajes, demostraciones continuas que la tranquilicen y que le devuelvan la ilusión de que será correspondida.

Por eso asumes la estrategia del dar.  Te pones complaciente, insistente, entregas más que el otro, como si con ello pudieras cobrarle todo ese amor que le brindas, sintiendo que, por eso, contigo va a quedarse.

Y así, entre el esperar y el dar, te olvidas de que cada quien vive sus propios procesos y que muchas veces, por apurar las cosas, ahuyentas al otro con tus ganas de que te quieran rápido y que te den mucho.

Mi consejo es:

Da en reciprocidad.
Da en la medida que recibes, ni más ni menos, y con calma.
Disfruta: no presiones, tampoco aguantes, deja un rato que el agua fluya y si de pronto sale turbia, corta la llave de paso.
No apures procesos que requieren tiempo; una relación saludable se sustenta desde la libertad de cada uno, de las ganas de estar y la sorpresa de conocerse, para luego comenzar a querer bonito y en igualdad de condiciones, ni uno más, ni uno menos, los dos siempre por igual, sin deudas por pagar y sin deudas por cobrar.

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