Hubo un tiempo de mi vida en que fui mujer de sueño fácil.

Era ese tipo de personas que ponía la cabeza en la almohada sin despertar ni para ir al baño y si lo hacía, de igual forma me dormía al instante si me acostaba otra vez.

Sin sueños placenteros ni pesadillas, solo sumida en un profundo descanso que recargaba a full mis pilas para comenzar con energía un nuevo día.

Eran tiempos calmos, no aparecían demonios en mis espacios vacíos y me era tan indiferente la importancia de la virtud de dormir en sueño profundo, que jamás me detuve a pensar en cómo sería si fuera diferente.

La vida siguió su curso y sin darme cuenta, comencé a sentir que era especial por acostarme tarde.

Tenía tantas cosas que hacer, que mis días pasaron de 14 horas activas a 18 de las mismas, llena de proyectos y cosas pendientes.

Luchaba con mi cansancio a eso de las 1 am con endovenosas de café, chocolates y alguno que otro estimulante, yo no quería la noche, odiaba que me quedaran tareas a medio completar.

En más de alguna ocasión, me sorprendí diciendo a otros orgullosa, “yo no necesito más de 5 horas, eso para mi, es suficiente”, que soberbia de mi parte fue jactarme de esa falta de autocuidado hacia mi persona, y peor aún, disfrazando tal acto como si hubiera ganado algo, pero en sentido contrario, solo perdía y lo que es peor, yo misma me lo hacía.

Pero no lo sabía.

El Sr. Insomnio se hizo parte de mi cama como un amante molestoso.

Tocándome una y otra vez sin pedírselo, no solo limitó mis noches a 5 horas si no que las volvió intermitente, me visitaba con sus amigas inseparables, a esas que les llaman angustia y ansiedad, todos haciendo fiesta en mi cabeza y por eso un par de meses bastaron para idiotizar mi vida por completo, alterando todas las funciones posibles de mi organismo y ralentizando incluso mis capacidades cognitivas, ya que eso pasa cuando no se duerme, simplemente no es posible funcionar pero yo le había enseñado a mi organismo esa “normalidad” y no había vuelta atrás.

Como algo debía hacer por mí en ese entonces, incorporé un par de invitados a mis noches furiosas, los hipnóticos, ansiolíticos y uno que otro antipsicóticos mal prescrito, se apoderaron 4 años de mi cabeza, y si me preguntan si dormía, les contaré que durante esas horas moría, y lo hacía también con ello, un poco de mi esencia.

Como la vida en su sabiduría te pone de frente con la enfermedad para que reacciones, de pronto entendí que de tanto escudriñar en el pasado para edificar con esos escombros el futuro, me olvidé de que la persona más importante para continuar era yo, que, sin mí, el plan no tendría éxito, ni iba a poder seguir.

Fue entonces cuando una amiga desconocida que siempre me observó desde un rincón muy escondida, fue asomando poco a poco sus cabellos rubios y en los destellos de sus hebras claras, yo distinguía difuso su nombre.

Se llamaba Calma, no sería fácil conocerla para integrarla, pero fue ella la que me contuvo con su abrazo ligero y me devolvió otra vez las 8 horas de sueño y sosiego, aun cuando el mundo se me cayese por partes, me enseñó a no alimentar mis demonios de noche, si no que a darle tribuna a los ángeles.

Amor propio, le dicen a esto y tantas otras cosas que vienen a mostrarte que lo que te preocupa te destruye, no te suma y a eso sí que sí, hay que darle la vuelta.

Comentarios