No le temo al paso del tiempo.
A lo que sí le temo, es a no haber disfrutado la vida con todo y sus dolores a cuestas.
A no haber reído a carcajadas por miedo al ridículo o por la vergüenza de gente que pensara que por reírme estaba loca.
Le temo a haberme aferrado a personas cuando siempre he sido libre.
A dejar este mundo sin siquiera haber conocido un poquito de sus colores.
A creer que solo un ser era mi todo y no haber visto en otros que la suma de sus partes era el verdadero todo.
Le temo a no haberme dejado acariciar por el viento, tocar por los árboles, o ser babeada con el beso de un perro, por darle más importancia al hecho de retener a alguien que no me quería.
No le temo a ser más vieja, le temo a no haber vivido mi vida con más optimismo y menos queja, por haber tenido la soberbia de creer que era infinita y con ello, la pérdida de tiempo en seres y acontecimientos que no valían la pena.

Finalmente, cada uno tiene su hora, con más o menos años. La verdadera maldición de la existencia, es la amargura y la desidia por no vivir cada día de nuestra vida como si fuera el último.

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