

Al “ni contigo ni sin ti” lo conocí en un momento en donde la toxicidad era así como mi perfume.
Hasta durmiendo irradiaba su aroma atrayendo a mi vida los más extraños humanoides, gente media loca o desestabilizada que se acomodaba nerviosa en mi regazo, y como yo era otra loca, los iba acunando y coleccionando sus vaivenes haciendo más fuertes, mis propios demonios.
¿O acaso tú creíste que yo siempre fui como me lees?
No quería decepcionarte, pero yo un día gocé y literalmente, todo tipo de relación tormentosa y mientras más rara, más amor le atribuía.
Hoy sé que estaba enferma, casi agónica diría yo, de ese virus que causa una epidemia mundial llamada “dependencia emocional”.
¿Te suena?
Es una especie de síndrome que te hace alucinar con que otro es responsable de tu tristeza o felicidad, ¡Imagínate que grave es!
Pones tú poder en manos de otros y muchas veces, de un pelotudo.
Lo peor de todo, es que la cura es individual, no hay nada genérico para sanarlo y le toca a cada doliente, descubrir su propia medicina.
Otra vez me fui del tema central…
No voy a revelar su identidad esta vez porque mi Instagram parece museo de muertos vivientes, ya les he dicho muchas veces que como Pablo Neruda, confieso que he vivido, por tanto tengo tantas historias como pecas en el cuerpo y al contarlas como que me va quedando espacio para seguir con la otra.
Sigamos.
El muchacho era un minazo, medio modelo de revista con tintes de deportista.
No solo era cáscara, no señor.
Inteligente a 10 metros, alma de toda fiesta y un dios del olimpo en cama.
Cuando me susurraba cosas cochinas, me transportaba hacia dimensiones siderales…
Awww… me acordé de él después de tanto que me costó olvidarlo… era presente pero también un fantasma, a su perfección yo le temía, creo que tanto lo hacía, que él como los perros, olía mi miedo y me mordía.
Era de esos hombres que al verte insegura más se alejaba para luego arremeter con alevosía y así de a poco, volverte loca.
Confundida entre un mar de amor e indiferencia incomprensible, más dolor, más amor, me acercaba y se alejaba, yo me iba y enloquecía, conmigo quería la vida para arder en el infierno y no así para un día de campo, para eso, yo no era su persona preferida.
Él “ni contigo ni sin ti” , no me dejaba mirar a nadie, pero ay de mí si yo le reclamaba algo parecido, se ponía soberbio, arrogante e hiriente.
Una vez que me dejaba llorando, creo que se compadecía y me volvía a querer… así otra vez ardía en las llamas de su cuerpo hirviendo aun sabiendo que pasaría los próximos cinco días en campos de hielo sur.
Cinco días de frio por dos de sol medio tibio, nunca fui buena para los negocios, pero éste había partido en quiebra.
¿Quieres saber que me pasó viviendo algo como eso?
Llegué a normalizarlo, imagínate lo ciega, creyendo que era normal un combo y luego una palmadita… acostumbrándome a su estilo ambiguo y narcisista.
¡Que cierto es eso de que la dependencia emocional es la herida del placer!, por un momento llegué a creer que la felicidad se parecía a eso, que el amor era así y lo que es peor, me convencí ser merecedora de una relación a medias, a ser mendiga de migajas aún con hambre insaciable y creer que al recibirlas, debía incluso, pagar por ellas.
Esta historia es más larga, solo espero que si te miras aquí como reflejo en agua, te agarres de la primera rama que veas flotar en el río y te acerques a la orilla para correr como lo haría cual gacela de un cazador.
Estar en una relación a medias, te hace sentir igualito, partida en dos y respirando con un sólo pulmón.
Y te tengo una noticia… tú estás entera y también tienes dos pulmones.
Por eso, que no se te olvide nunca que no necesitas oxígeno de otro para respirar, puedes hacerlo perfectamente sola.
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