Yo lo daba todo por cualquier hombre que se cruzara por delante. Y, cuando digo todo, me estoy quedando corta. Creo que no existe una clasificación que pueda graficar exactamente mi total entrega.

Yo pensaba que mi devoción era saludable; jamás lo relacioné con una posible codependencia, pero me obsesionaba por asistirlo, cuidarlo y complacerlo al punto de olvidarme incluso de mí misma. Me consideraba una mujer exitosa, sin conflictos de autoestima, capaz, resolutiva y muy empoderada. Incluso sentía que era muy buena para ayudar a otros; me complacía ser parte de las soluciones de los demás, sobre todo si la responsabilidad de salvar a alguien recaía directamente sobre mis hombros. Por eso, la llegada de una pareja se convertía en mi objetivo, mi motivo y mi sentido. De manera inconsciente, fragüé todo estratégicamente, para que un hombre siempre me necesitara. Y no solo eso, sino que los buscaba adictos, desvalidos, enfermos o sin voluntad de cambio. Humanos sin personalidad, demandantes, poco resolutivos, vagos y sin propósito llenaban mi prontuario, como si mi amor fuera un molde para todos sus vacíos y necesidades.
Y aun cuando al principio me entretenía siendo la madre, cuidadora y terapeuta, con el paso del tiempo, terminaba siempre muy cansada pero, lo que es peor, decepcionada, porque el otro jamás reconocía mi entrega.

Ser una dadora compulsiva requiere un desgaste importante de energías. Para resolverle la vida a alguien, debes primero poseerlo, controlarlo, manipularlo, adivinarlo, e incluso obligarlo a que retome la senda del equilibrio. Con todas esas actividades, ni pensar en tiempos personales; me anulé completamente toda experiencia de vida para así poder mirar, a través de sus ojos, las experiencias del mundo en cada una de sus formas. Y me creía buena, generosa e imprescindible. Sin embargo, siempre me sentí vacía y sola porque, a pesar de todo el sacrificio que hacía de mi persona para complacer a otros, siempre terminaba siendo abandonada. Tras el dar, también puede haber miedo, inseguridad y falta de amor propio.

Comentarios