

Claramente somos dos dimensiones.
El ego y la esencia.
Siendo el ego la construcción de todas las máscaras que nos pusimos en la vida desde pequeñas, para protegernos, para salir adelante, para sobrevivir de situaciones adversas.
Incluso esas máscaras nos permitieron interpretar roles específicos, cada uno con su propio objetivo, pero ocultando una parte importante de nuestro verdadero ser,
que finalmente, tiene un mecanismo de acción distinto.
El ego reclama, demanda, exige, oculta, disfraza, ansía de manera obsesiva algo que no puede tener, sin pensar en las consecuencias.
La esencia suelta, libera, se muestra abierta y sin miedo a aquello que no le sirve, porque un alma libre no tiene la necesidad de aferrarse a algo o alguien para sentirse en paz.
Nos toca convivir con ambas partes, y la tarea de integrarlas, a veces parece titánica, eso pasa cuando las heridas han dejado tantas cicatrices o llagas abiertas, que preferimos seguir disfrazadas de personas que no somos, simplemente, para que no nos vean.
Y mostramos la parte que sí creemos que gusta, que sirve y que llama la atención, pero en el fondo, solo nos estamos ocultando por el miedo de ser rechazadas o abandonadas, como tantas veces lo experimentamos a lo largo de nuestra vida.
Una reflexión que me llegó cómo un viento tibio, en un día de otoño, mirando el sol a través de mi ventana.
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