

La intuición se presenta discreta, sigilosa, como una visita corta que no anuncia su llegada. Casi no puedes advertirla, pero sí sentirla como una ráfaga de viento tibio. Se manifiesta en una duda, como un dolorcito de estómago que no molesta tanto, pero que aparece de súbito. Va y viene sin detallar nada en su tránsito; te recorre la espalda como un hielo frío, sensación que solo dura microsegundos.
Puede ser un no que viene de lejos y en forma de susurro; también podrías escucharlo como un sí que te invita a seguir un impulso específico. Cualquiera sea su presentación, la intuición no te muestra razones concretas para empujarte o para alertarte respecto de alguna circunstancia. Es el conocimiento profundo que navega en los mares de tu mente inconsciente con información insospechada, no solo del presente, sino también de generaciones anteriores que han ido transmitiendo información hasta quedar impregnada en tu genética. Puedes llamarla “maestro interno”, “Dios”, “ángeles”, o como más amistosamente te resulte hacerlo.
Es tu guía y familiarizarte con esta podría evitarte muchísimos tropiezos.
La paranoia es una distorsión de la realidad, provocada generalmente por heridas vinculares o por experiencias traumáticas, cuya base son el miedo y una desconfianza profunda ante la posibilidad de ser abandonados, rechazados o traicionados en cualquiera de sus formas. Pensamientos obsesivos, necesidad de control constante, comportamientos disfuncionales sin que existan evidencias de los hechos, un conjunto de emociones negativas lideradas por una ansiedad profunda y por una necesidad de encontrar las justificaciones a tal desorden de pensamientos.
Tanto es así que se llegan a recrear escenas o situaciones con el fin de explicar dicho sentir, exacerbando incluso conflictos que podrían ser resueltos con aclaraciones simples.
A diferencia de la intuición, que es discreta y sigilosa, la paranoia es pesada, entrometida, invasiva y constante. La primera te protege, y segunda te destruye.
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