La heridas emocionales se derivan principalmente, de la relación con los padres en la primera infancia y las experiencias acontecidas en etapas tempranas de la vida, lo que dará como resultado, relaciones funcionales o disfuncionales, según como se hayan construido dichos vínculos.
Por eso, es importante conectar con esa parte de la historia, ser consciente del origen de los comportamientos, carear a la niña que tuvo que ponerse máscaras para seguir viviendo y mostrarle que hoy se convirtió en adulta.
Es necesario llevarla de la mano hacia relaciones sanas, confiables, honestas y duraderas, que serán clave para ir reemplazando malas experiencias por otras que sean realmente sanadoras.
Aquí radica la importancia de no quedarse donde la herida se sobreinfecta.
De luchar con esa parte que perpetúa relaciones tóxicas, todo porque percibe en ellas, un terreno conocido. Es vital volver a conectar con aquello que hace bien, y dejar de normalizar el sufrimiento, por el miedo al abandono.
Se lee fácil, pero es todo un proceso, con etapas, tareas, ejercicios y evaluaciones hacia la propia vida que merece la pena estructurar, todo con el fin de estar tranquilos, de vivir plenos.
Porque no se puede dormir en paz con relaciones tormentosas, por más que se crea que sin ellas, todo se pone peor.
En el mediano plazo, una relación conflictiva, no sólo abrirá heridas de arrastre, sino, logrará que el alma se siga erosionando, siendo posible que ocurra una inminente septicemia.

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