Cuando entendí que hay personas que no son para uno, fui un poco más libre.

Todavía me pasa mucho que conozco a alguien y me digo éste sí, ahora sí y de pronto algo ocurre que se cae la ilusión y debo hacerme la idea de que otra vez como tantas, no fue no más y sin buscar culpables, debo seguir caminando para no perderme de las posibilidades que de seguro irán apareciendo, las que voy a identificar solo si traigo los ojos bien abiertos.

Antes me resistía a dejar ir mis ganas por que el otro se quedara, de tanto buscarme lo malo o tanto echarle la culpa, distraída en aferrarme al aire como si fuera tabla, no entendía que retener a presión genera el efecto inverso, “me rehuso a que no me quieras”.

Me sorprendía recitando cual poema de niña berrinchuda a la que le arrancaban su juguete como castigo a su porfía, yo sufría por amores inconclusos que me arrebataban la alegría, que no te quieran es una cosa, pero que trates de obligarle, otra mucho peor para un orgullo herido.

Cada vez que conocía a alguien me aferraba a la idea de que era el último, y como tan convencida estaba que si se iba, desesperada me quedaba con la interrogante de un amor incluso.

Hoy entiendo que en mí no había nada malo, ni el otro tampoco, solo hay coincidencias temporales que se quedaron un rato para enseñar algo, pero que siguen su camino para tomar la forma de otros seres diferentes.


Sigo con la esperanza de querer y que me quieran, solo que ya sin miedo y sin prisa, hoy vivo disfrutando de las virtudes que da la calma y las circunstancias que te enseñan a que solita también eres suficiente.

Y aunque un abrazo a veces entraño, puedo decir que si bien no me toco la espalda, los míos hoy para abrazarme, también alcanzan.

Y como acunan ahora que los hice cálidos…

Jamás olvidaré que quererte es el milagro de hacerlo sin necesitarte y eso en la libertad de no esperarte, sé qué hará que por fin y en esta vida, puedas encontrarme.

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