

Rodrigo siempre me llamaba a última para hacer planes.
Era de esos que a las 23:00, de un día cualquiera y luego de no haber tenido contacto con él en los días previos al llamado , de la nada aparecía para preguntar con interés:
¿Hacemos algo hoy?
Yo podía estar acostada, pero ese llamado era importante y aún a veces sin tantas ganas de verlo, me levantaba igual.
En otras ocasiones podía tener compromisos con personas, a las que por supuesto, dejaba tiradas para cruzar media comuna hasta llegar a verlo donde estuviese, porque que si creían que me iba a buscar, están muy equivocados.
Rodrigo solo movía el dedo anular sobre el WhatsApp para escribir: ¡Ven!, ¿qué haces?
Y cuando el amor ya era mucho, la frase “quiero verte” aparecía de la mano de una carita feliz.
Lo curioso es que yo le daba crédito a ese interés considerándolo como la mayor muestra de amor recibida, que ilusa, así lo sentía.
Varias veces me llamó borracho a eso de las 3 o 4 am, luego de que su carrete terminara, hoy entiendo, con una cacería infructuosa a cuestas que requería un SOS para no dormirse solo, para no quedarse con las ganas, esa presa era yo, la última de las últimas posibilidades de esas alocadas noches, ya que nunca fui convocada desde el inicio de ellas.
Rodrigo no me tomaba de la mano cuando andábamos por la calle.
Si nos topábamos con gente, siempre quedaba como la amiga, no lo decía exactamente, pero sus gestos graficaban esa escena, a la que asentía silenciosa toda vez que compartí con los demás, haciendo como si de verdad no tuviéramos nada.
Muchas veces soporte sus miradas descaradas hacia otras mujeres mientras estaba conmigo, era tan evidente que sin verlo yo sabía que buscaba con los ojos, pechos y traseros repartidos en un antro de luces, música y alcohol.
Y me dolía tanto, que más bebía, como si fuera la forma de anestesiarme a tanto descaro.
Largos ratos quedé sola con la copa en la mano, mientras él ponía a prueba su virilidad con otras y yo de lejos, observando.
Pero era hábil y siempre terminaba dando vuelta la tortilla, dejándome a mí de loca e insegura, muchas veces ofendido con mi desconfianza y luego de días de indiferencia recibida, terminaba buscándolo y pidiéndole disculpas por un error no cometido.
Dos años me robó Rodrigo, o para no ser injusta, dos años me robé yo misma.
Al terminar con él en esa noche de Mayo, albergue la esperanza de una posible reflexión de su parte y en el fondo, hubiera querido que me retuviera, que me dijera que me amaba, que estaba dispuesto a hacer las cosas diferentes.
Un nuevo charco de agua congelada me lanzó a la cara su indiferencia, no le importa que lo estuviese dejando, ahora entiendo incluso, que así lo quería y quien se negaba a ver las señales, era yo.
Un mes luego de eso, ya aparecía en sus redes sociales con otra, profesando momentos que conmigo jamás ventiló , me mantuvo oculta, como si fuera pecado y de la nada ahora y con una mujer nueva, se mostraba diferente.
Seis largos meses tras el evento y mi autoestima erosionada por no sentirme suficiente hasta el día en que entendí que sólo no somos para ciertas personas y punto, pero seguir insistiendo para serlo, es construir la propia horca, ya estar donde no te quieren y seguir peleando con ello, es como matarte de a poquito, tomando chupitos de veneno esperando con paciencia que se conviertan en medicina.
Así me comporte con Rodrigo toda vez que me hice la ciega a su indiferencia y afortunadamente me quedó un poquito de vida para darme cuenta y contar la historia.
Espero que jamás sea la tuya.
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