Él me castigaba.
No lo hacía con ofensas, golpes o deslealtades.
Lo hacía guardando silencio.
Yo como loca echando hacia afuera y él, cual tortuga, con la cabeza dentro.
Nunca quiso sentarse a conversar, “no me gusta el conflicto” argumentaba antes de callarse por días.
Impávido, indiferente y carente de empatía, nuestra cama con un invitado vacío, el ruido de la nada ensordecía mis oídos. Hay que ver cómo daña dormir con alguien que no te habla, ni en los sueños se le escapa una palabra de consuelo. Yo queriendo vaciarlo todo y él guardando silencio. Qué tortura haberle amado sin saber lo que sentía, y peor aún, que nunca le importara el dolor que me causaba su indiferencia.
Enfurecida repetía: “Dime algo”. Su algo era evidente, solo que, en ese momento, yo no lo veía.

Reflexión
El silencio es castigo, es un tipo de agresión pasiva que daña, debilita, destruye y duele como si fueran golpes, ofensas o deslealtades.
Callar es disparar con un alma de alto calibre, deja heridas profundas cuyas cicatrices se irán abriendo con otros roces. Es el equivalente a decir “No te amo, no me interesa resolver nuestros conflictos”. ¿Cómo va quererte quien es así de indiferente? O más triste aún, que solo lo haga para manipularte.
Unas horas de calma pueden hacernos volver a la cordura, pero días sin compartir palabras, es la mayor muestra de indiferencia que una persona podría profesarle a otra.
Que no se te olvide nunca que comunicarse también es una forma de amarse y que siempre hablar las cosas será mejor que guardarlas en esa parte del corazón que ante la indiferencia se desangra.

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