Mi madre se embarazó a los 20 años, mientras mi padre estaba cursando el primer año de universidad.

Solo tuvieron una relación informal un par de meses, y fruto de esos encuentros, nací yo.

Al recibir mi padre la noticia de mi existencia desapareció.

Un tiempo después, mi madre lo demandó por paternidad, y un ADN le obligó a que me reconociera.

Era pequeña, en primer grado, no más de 6 años cuando comencé a frecuentarlo.

En forma esporádica claro, ya que no se había construido el vínculo temprano, estaba la mesada, la visita del miércoles sin mucha profundidad.

Uno que otro paseo por algún parque, a un cine, y a cualquier lugar en donde se tuvieran que pasar rápido las horas sin necesidad de hablar de nosotros.

Nunca conocí bien a mi padre y creo que él a mí, tampoco.

Los años pasaron y me hice grande, su presencia itinerante me llenó de ira.

Tanta, que llegué a odiar el día de mi cumpleaños, y con cada vez que me decía que me pasaría a buscar y no llegaba, un poquito de odio de mí, hacia mí, se iba sembrando, como ser podía ser tan poca cosa que ni mi padre respetaba el acuerdo de cumplir con la salida, nunca entendí que tan malo hice para no merecer una pizca de condescendencia, ya ni de amor se trataba la duda.

Muchas veces me quedé esperándolo con la ilusión de la salida, pero me dejó plantada tantas citas, que perdí la cuenta.

A esas alturas ya le odiaba casi por completo.

Mi primera depresión fue diagnosticada a los 12 años.

Yo tenía una buena familia, una madre amorosa, un abuelo preocupado.

Hoy sé que cada uno hacía lo que podía con las herramientas que tenían en ese entonces, sin embargo, una parte de mí siempre estuvo vacía, y lo que es peor, con el tiempo se llenó de rabia, hoy creo que por todo el rechazo que sentí de esa persona que a conciencia, me dio la vida, pero que a pesar de eso, me rechazó siempre con alevosía.

Mis años de escuela se redujeron a espacios en soledad, casi no tenía amigos y siempre presenté una conducta muy oposicionista hacia toda autoridad.

Al crecer, fui llenando mis espacios de malas influencias, desarrollé una personalidad adictiva, siempre inclinada hacia tóxicos evasivos, los que luego fueron reemplazados por relaciones promiscuas y confusas.

Quise ponerle freno a mi vida desordenada, y ya de adulta todo se limitó a tener una pareja.

La mayoría resuelto, los estudios, el trabajo, las relaciones interpersonales, si bien quedaban atisbos de mi pasado lleno de grietas, había aprendido a disimularlas y creyéndome sana, fui por aquello que era momento de recuperar, el amor de mi padre, en modo inconsciente claro.

Caí en brazos que no me hacían el molde, fue víctima, demandante, dependiente, casi vi desfallecer mi mundo por delante sin la presencia de otro ser que perdía, porque la seguridad que me fue restada ,la buscaba en mis relaciones, ay del otro si no la tenía, ay de mí que tuve que vivir no uno, si no que varios duelos en mi vida amorosa, partiendo por mi padre, que vivo, debí velar un día, no su cuerpo si no que su recuerdo para que me doliese un poco menos.

Como no conseguía estabilizarme, di un giro de 180 grados, presa de un miedo crónico a volver a querer de nuevo, sin embargo, seguí buscando, desviviéndome, entregándolo todo, pero el miedo es repelente y como tal, el otro corre, o yo lo espanto, nunca termina de cuajar la mezcla y ya estoy comenzando a entender por qué.

Si tuviera que resumir mis grietas de abandono paterno, podría reconocer en ella, la falta de una identidad clara, de un punto exacto de reconocer quien soy, que quiero.

Como no lo sé, me disfrazo de generosa, desvivida por los demás, solo con el fin de no seguir mirándome al espejo y no reconocer nada en él.

Podría decir también que fui abusada en mucha forma, por mucha gente, e incluso por mí, porque no aprendí que era ponerse de frente y pelear por mi libertad, dicen por ahí que un padre enseña eso.

Me pasaron a llevar tantas personas en distintas situaciones que ahora confundo la generosidad con la complacencia innecesaria, solo sé que es la única forma que conozco de que alguien se quede un poco más de tiempo, no sé retener de otra manera.

A veces pienso que mi padre se llevó con su abandono, mi fuerza, mi sagacidad, esa capacidad de reconocer el riesgo, huir o enfrentarlo con herramientas sólidas, se llevó un poco de mi independencia y autonomía, de mi amor propio mucho, pero de mi miedo, nada, dejándolo clavado en cada idea, proyecto o circunstancia, siempre temo a los desenlaces.

Y lo que es peor, lo sigo buscando, en cada hombre, ya sea casado, violento, bueno, o indiferente, pero como ninguno podrá remplazar su vacío, es como si por cada ruptura amorosa, el mismo me abandonara una y mil veces, pero en un cuerpo distinto… vaya duelos que debo hacer para enterrarte padre mío, y lo peor de todo, es que suelo toparme contigo uno que otro domingo.

Comentarios