

¿Cómo estás, qué tal te va?
¿Allá es de día o es de noche?
Así parte la canción de Alejando Sanz, Mi soledad y yo, se llama.
Solía cortarme las venas con ella (en sentido figurado, claro) por aquellos tiempos en los que no me daba cuenta de que era dueña de mis estados emocionales.
Recuerdo tardes como la de hoy, sin cuarentena, sin pandemia, en tiempos en los que podía haberme ido de copas con amigas, o haber hecho citas con otros chicos, o haber bailado hasta el amanecer, o simplemente haber disfrutado de días en que las preocupaciones eran diferentes a las de hoy, mucho menores, por cierto.
Pero yo me encerraba escuchando a Alejandro Sanz, absorta en mis recuerdos añorando la presencia de un hombre que en esos momentos estaba con su nueva novia en Australia.
Se preguntarán por qué sabía eso.
Yo también fui una intrusa masoquista experta en stalkear sus redes sociales, así que me enteraba de todo lo que hacía, era material de tortura, tenía que almacenarlo y hacerlo mi cómplice al ritmo del dolor que yo misma me causaba.
Hoy día creo que me gustaba compadecerme, lo siento así ya que buscaba formas de ahogarme en lágrimas nuevas, las derramadas ya se habían ido con otros recuerdos, debía formularme unos nuevos para que la víctima resucitara.
Yo lo pasé muy mal con esa ruptura, y me da pena hoy no haber hecho algo para no perderme de todo aquello que no hice por extrañar a alguien que ni siquiera se acordaba de mí.
Pero yo creía que sí, o al menos así me lo inventaba con el fin de alimentar un brote de esperanza que le hiciera regresar a mi vida, pero eso estaba lejos de suceder y en tanto, yo seguía perdiendo el tiempo.
A estas alturas yo no lo culpo, él se fue de mi vida así mismo como entró, un día cualquiera y sin pedir permiso.
El punto es que, para mí, su ausencia dolió a fuego durante 2 años.
No fue su culpa, fue la mía por no abrir los ojos más allá de los recuerdos.
Fueron 24 meses en los que me quedé detenida, en donde conocí personas maravillosas que perdí por estar pegada en el recuerdo de un fantasma, urdiendo planes para recuperarlo, desgastándome en entender por qué se había ido,
y albergando toda idea ficticia de que habría un retracto del término y en cualquier minuto, todo volvería a ser como antes.
Sabio es aquel que dijo que vivir en el pasado genera depresión, pero hacerlo en el futuro, pone el alma ansiosa, ya que armar un mundo en un escenario que no existe, es diseñar un plano frágil y sin sustento en el tiempo, yo lo quería de vuelta, pero mi presente estaba vacío y sin norte, que triste es ver hoy todo lo que no vi entonces solo por el “capricho” de creerme “enamorada”.
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