Creciste en un mundo inhóspito, a tus ojos, como un lugar no seguro para
vivir.


Te acostumbraste a la “normalidad” de no sentirte protegido, sino que de ser agredido y estar siempre expuesto a peligros desconocidos para ti, pero tan reales como tu soledad misma.


Luego fuiste creciendo y no siempre, con las mejores relaciones, encontrando incluso, patrones repetidos en cada historia acontecida, tal y como si te hubieses aprendido un guión, tu vida fue siempre la misma.


Dicen por ahí, que de tanto estar sujeto a situaciones de martirio, tu cuerpo
lo asimila como si fuese homeóstasis, permitiendo que continúe cada daño, y así, en vez de poner límites, reaccionas con la calma irracional que te
embarga porque no aprendiste que decir no, también era válido como
palabra.


Cuán difícil es desaprender todo lo aprendido y más aún, reaprender a vivir
de una manera diferente.


Sin embargo, no estás en el mundo por error, ni tampoco para complacer, ni cumplir las expectativas de nadie más que no sean las tuyas propias.

Tanto tiempo caminando con la convicción de tu baja autovalía, te ha hecho
buscar en otros, el llenado de tus tanques vacíos.


Amor, contención, compañía y atención, como ingredientes básicos de tu
grito silencioso, buscando por doquier, alguien que pueda darte un poco de
aquello que la vida te restó, y no pudiendo conseguirlo, porque nadie puede
darte aquello que no eres capaz de proveerte tú.


El otro también carga su propia mochila y bien sabe que no es responsable de curarte las heridas, pero insistes en recibir, aunque sea migajas de aquello que te falta, tanto tiempo sin comer, te deja en desventaja, y así no
distingues el amor del apego, la complacencia del miedo y la importancia que tiene el que te quieras, valores y respetes tú, primero.

    1 comentario

  1. Karina 16 de septiembre de 2020 at 22:10 Responder

    Hermosa reflexión!

Comentarios