

He tenido mi vida resuelta en muchos ámbitos, tantos, que cuestiono con firmeza, mi facilidad para cometer desaciertos incomprensibles al ojo de la razón, cuando de materia amorosa se trata.
Ya de adolescente, se me confundía la necesidad de controlar, con una supuesta preocupación, sentía un amor desmedido sin conocer bien al otro, consideraba que la atención era prueba de un afecto sincero, y así entre sentires distorsionados, iba dibujando en mi cabecita un concepto errado de lo que es amar, todo y por no conocer la diferencia del “necesitar”.
El tiempo iba pasando sin tener un amor maduro, parecía un pozo sin fondo, una mujer de sentimientos livianos.
Un día me levantaba amando con locura, y luego y sin causa, yacía un amor muerto.
Si el tipo tenía suerte, no lo quería tanto y entonces por eso, su presencia me hostigaba, así podía no demandarlo y ser libre en el intertanto, pero ay si eros me hacía sucumbir en su delirio, que la cárcel de mi amor ansioso abría sus puertas para hacer pasar al reo que, por haberme robado la calma, debía pagar su delito.
No tenía un patrón adictivo, cada amor era diferente, uno más apegado que el otro y luego otro ambivalente, recuerdo incluso, algunos haber inventado, parecían, pero no eran, en mi cabeza si existían, incluso fugaces, la forma de amor les di, claro, sin serlo realmente, la búsqueda insaciable de algo te hace creer verlo en todas partes, pero yo no era consciente de aquella encrucijada.
Era linda, era sociable, tenía buenas relaciones con amigos y familia, una vida montada en un marco de condiciones perfectas para atribuir “normalidad” a aquello que me pasaba, sin embargo, el amor me era tan esquivo, como la respuesta a esa circunstancia.
Ya con un par de décadas encima, y con algunas mejoras de esas que la madurez te pone por delante, fui un poco mas estable mientras el tiempo pasaba, sin lograr todavía, el equilibro de querer bonito, hasta ahí, aun sin conocer la relación entre amor y calma, por el contrario, algo diferente me iba pasando, esta vez, la curva se invertía y del apego, a la evitación, iba pasando, al no “poder” querer e incluso, no querer “querer”, comenzando a dejar cadáveres emocionales, por doquier.
Tener una demostración de afecto, me hacía sentir débil, vulnerable y desvalida, parecía como si pensarlo, me perturbara la existencia, pero yo seguía firme en mi cruzada de amor cero, estaba despegando al cielo y no quería estorbos, tal cual, y aunque duro se lee, era mi premisa, estaba bien casi toda mi vida, pero rota en lo afectiva.
He hablado aquí, de dos de mis heridas, la de abandono y la de rechazo, ambas configuradas sobre un apego ansioso con matices de apego evitativo, tal cual mi madre y mi padre me quisieron, pareciera que fuera coincidencia que una mitad de mi vida, tomé la forma de amor de papá, y la otra mitad, la forma de amor de mamá.
Con esta información valiosa, ahora me toca encontrar la mía.
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