La desconexión de nosotros mismos, de los demás y del entorno en general nos lleva a caminar en piloto automático. Esto pasa porque se nos graba una serie de conductas en el interior que, luego de un tiempo, ya son parte de nosotros, se activan solas, sin necesidad de factores externos y pasan a formar parte de nuestra normalidad.

El poder personal no está ajeno a este mecanismo, sobre todo si hemos crecido con patrones de sumisión, cuyo condicionamiento ha sido aceptado y normalizado por la sociedad desde tiempos ancestrales. Relaciones de tipo nodriza, donde una parte actúa como madre; o la de tipo geisha, que no solo se mantiene perfecta ante los ojos del otro, sino que está dispuesta a satisfacer todas sus demandas con una falsa alegría; o aquella de jefe subordinado, donde uno solo ejecuta instrucciones sin opinar; o la quema a lo bonzo, sacrificio tras sacrificio por alguien como si fuera una cruz eterna; o la relación de miedo, que empuja a una persona a anularse por completo solo por el terror que le causa perturbar a su pareja; y así, tantas otras formas de relacionamiento disfuncional con que tal vez crecimos, sumadas a una constante degradación de la mujer en muchos otros aspectos y desde muy niñas, ya que también fuimos hijas de estas relaciones.

Frases como: “Calladita te ves más bonita”, “Siéntate bien”, “Déjale el puesto a tu hermano”, “Las niñitas, a la cocina” y tú lavando trastos mientras los chicos jugaban felices a la pelota… Todo el cuento que nos vendieron desde nuestras tatarabuelas de que la mujer era de “su casa”, que tenía que andar tapadita, hacer familia antes de los veinte, darle hijos a su marido, ser una buena ama de casa, quedarse soportando infelicidad, infidelidad, maltrato e indiferencia porque la familia “era lo más importante” … Ella no existía en la ecuación. Para qué vamos a conversar de la necesidad de tener a alguien para que las cuide, las provea, les dé un hogar. Toda una sociedad coludida, con el único fin de quitarnos nuestro poder personal, haciéndonos creer que otro podría resolver todas nuestras necesidades, anulando por completo nuestras capacidades, recursos y voluntad de cambio. Un condicionamiento brutal, degradador, lapidario, que aún tiene sus vestigios, cada vez con más mujeres despiertas que hoy observamos con incredulidad toda la mentira que hay en nuestra vida y, peor aún, que todavía en nuestro inconsciente, y pese a estar un poco más informadas, nos sigue despojando de aquello que siempre fue nuestro: el poder de ser quienes somos y de hacer aquello que queremos, poniéndonos, ante todo, como primera prioridad.

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